Seleccionar página

El chaval le pone empeño, de eso no hay duda.

Ser el experto del área en cuestiones de independencia, risk management y procesos administrativos del estilo, así como el tío de la planta que más tiempo lleva en la firma, le concede autoridad en la materia. Es, además, de los profesionales mejor valorados, según tengo entendido.

Aun así el tostonazo es considerable, y él lo sabe. Aquello no hay por dónde cogerlo, menos aún para un recién llegado ajeno a toda esa burocracia que se ve en tal fregado por obligación.

Y como además el sujeto no es precisamente paradigma de la comunicación, al rato de empezar me veo intentando fingir interés y reprimiendo tremendas camballadas.

Dos cosas terminan por darme la puntilla.

La primera, la combinación de tono, soniquete y muletilla.

Ok con que el tío no sea la alegría de la huerta, pero de ahí a enchufar a la audiencia un “¿vale?” en cada proposición va un trecho largo. “Pincháis aquí… ¿vale?, y os salen los modelos de informes… ¿vale? No trabajéis sobre una versión vuestra anterior… ¿vale?, porque aquí las van actualizando…. ¿vale?”. La reiteración se hace tan exasperante que ahora, además de las camballadas, uno tiene que reprimir las ganas de darle dos collejas.

La segunda, las asunciones.

A cada par de frases, nuestro experto se apoya en comodines tipo “como todos bien sabéis”, “esto ya lo conocéis”, “no creo que haya ninguno que no hayáis accedido” (tal cual, como si estuviera hablando de Youtube), “estáis hartos de usarlo” (tal cual, como si fuera el ascensor), y ridiculeces por el estilo.

A la vigesimoquinta, desesperado, me detengo un momento a pensar.

Claramente, es su inseguridad lo que mueve al amigo a asumir que todos somos duchos en aplicaciones y herramientas que no sabemos que existen o que, aun sabiéndolo, no necesitamos utilizar. Temer que está aburriendo a las ovejas (aunque siempre hay por ahí algún fricazo que hasta hace preguntas) le lleva, inconscientemente, a quitar hierro al asunto y expresarse como si todos fuéramos burócratas.

Y precisamente así, queriendo mostrarse cercano, deja fuera a parte de la audiencia, la que no tiene por qué conocer eso de lo que está hablando, que sospecho somos unos cuantos. De hecho, si estamos allí será para aprenderlo, o para que nos suene, no porque ya seamos expertos, como asume el fulano.

No dar nada por sabido

Entonces se me enciende la bombilla y reflexiono.

¿Cuántas veces en nuestro día a día damos las cosas por sabidas? ¿No hacemos también suposiciones sobre lo que el otro quiere, piensa o hace? ¿No es verdad que nos dejamos llevar por nuestras propias hipótesis sin informarnos previamente? ¿Nos tomamos el tiempo para comprender al otro?

Yo diría que muchas. Sí, las hacemos. Sí. No realmente.

Operamos en piloto automático, precipitándonos en diagnósticos no certeros porque no nos paramos a entender, comprender y diagnosticar antes de prescribir. Nos dejamos llevar por lo que vemos o creemos ver, sin detenernos a mirar más allá de la superficie.

Pensamos que quien tenemos delante opera desde nuestros mismos paradigmas. De esa forma, lejos de mostrar empatía, sin darnos cuenta abrimos la brecha con el otro, que percibe que no estamos con él.

Y todo porque partimos de asunciones propias, no recabadas ni compartidas. Presupuestos que alimentan nuestro modelo con un “caso base” equivocado. Hipótesis erróneas.