Seleccionar página

Tres días atrás la frustración me había vencido.

Carente de destreza, repetía movimientos una y otra vez incapaz de incorporar nuevos registros. Lideraba con monotonía, y la falta de recursos me iba exasperando por momentos.

Inseguro, me vi sin arrojo para sacar a otras chicas a la pista; así que, tras varias tandas con más pena que gloria, opté por dar un paso a un lado y tomar asiento.

Un rato después abandoné la milonga con una pesada sensación de estancamiento, casi derrotado.

Ahora la cosa era distinta.

Liberado de la carga emocional que me había trabado hacía tan sólo unas noches, la mejora era palpable. El baile fluía con lo aprendido momentos antes en una sucesión acompasada de ochos adelante y atrás, rebotes, cambios de frente, algún que otro gancho y los recién incorporados voleos. El movimiento era conjuntado, desenvuelto, espontáneo. Nos desplazábamos con soltura al ritmo del tango, marcando los pasos con renovado entusiasmo en un abrazo cómplice.

Entonces caí en la cuenta del contraste: dos sesiones consecutivas, tan distintas entre sí.

Había algo de actitud en todo aquello, pero también se trataba de una evolución natural hasta ese instante camuflada. El resultado lógico de la constancia, del tiempo justo para encajar las piezas.

Perseverar disfrutando del camino

Hay un progreso imperceptible en todo lo que hacemos.

De cada uno depende mantenerse firme en el intento, alimentar la fuerza de voluntad, no tirar la toalla a las primeras de cambio.

En nosotros está querer. A partir de ahí, todo es un proceso que lleva su tiempo. De la misma forma que el crecimiento visible de un niño escapa a sus padres día a día, no existe un “punto en que ya sabemos” que podamos alcanzar súbitamente. La línea del conocimiento no puede atravesarse sino recorrerse, de lado a lado, por medio del continuo aprendizaje.

Es ahí, oculto en ese esfuerzo, donde habita el crecimiento, sólo descifrable por la práctica constante.

El avance está ahí, por más que pase inadvertido a nuestros ojos. Basta pararse y comparar un antes y un después aleatorios para desenmascararlo.

Así que, entretanto, aceptemos los altibajos, entreguémonos a la causa y disfrutemos de la música.