Seleccionar página

Desconocía a Unamuno más allá de las referencias obligadas en los temarios de la EGB y el Bachillerato. Mi primer contacto con el autor de la Generación del 98 ha sido su ensayo ¡Adentro!, que me ha resultado revelador, no tanto por el contenido en sí como por el descubrimiento de que mensajes tan tratados actualmente fueran ya objeto de reflexión en una época tan distante para el lector contemporáneo.

¡Adentro! sorprende, incluso descoloca. Rompe los esquemas al constatar que, más de 110 años atrás, nada menos que Miguel de Unamuno ya trató temas hoy tan en boga en relación con el crecimiento personal.

El esfuerzo por conseguir las metas

“No llegará muy lejos, de seguro, quien nunca sienta cansancio”. “Aspira a lo absoluto si en lo relativo quieres progresar”, aconseja Unamuno. En una sociedad que premia la recompensa sin esfuerzo (remedios para adelgazar en dos semanas sin moverse del sofá, cazurros enriquecidos por salir en un reality o por tirarse a la hija de zutano o mengano, cargos públicos manchados hasta las cejas de indecencia, y tantos y tantos ejemplos nefastos de apología del “pelotazo”), la entrega, la lucha, la perseverancia, el deseo por conseguir las metas, son cualidades cada vez más en desuso. Ya lo apuntaba el autor en 1900: “una de las cosas que a peor traer nos traen, en España sobre todo, es la sobra de codicia unida a la falta de ambición. ¡Si pusiéramos en subir más alto el ahínco que en no caer ponemos!”

Suscribo la idea. “Pon en tu orden muy alta la mira, lo más alta que puedas, más alta aún, donde tu vista no alcance; apunta a lo inasequible”. Es la filosofía del “darlo todo” en el esfuerzo, de ir un paso más allá, la “ley del kilómetro extra” frente a la propensión humana de tomar el camino fácil. Se trata de expandir la zona de comodidad, de dar más de lo que se espera de uno, de exceder el promedio, de entregar, sin excusas, lo mejor que hay en nosotros. La meta consiste en tomar acción, en adoptar el compromiso con uno mismo de afrontar pequeñas acciones, una detrás de otra, para que, con constancia y arrojo, el sueño se convierta en realidad.

Dar más de lo que se espera de uno, exceder el promedio, entregar, sin excusas, lo mejor que hay en nosotros

El éxito no llega a través del mero deseo o de la “visualización pasiva”. El éxito requiere acción, fuerza de voluntad, sacrificio. En nuestra mano está hacerlo real.

Asumir la responsabilidad de la propia vida, atreverse a ser y pensar por uno mismo

Sorprende la claridad con que Unamuno espolea a tener la valentía para “dar el salto”. “Pon tu mira muy alta, más alta aún, y sal de ahí, de esa Corte, cuanto antes. Ahí te consumes y disipas sin el debido provecho, ni para ti ni para los otros”.

El fragmento me recuerda una cita de Alan Keightley: “Once in a while it really hits people that they don’t have to experience the world in the way they have been told to”. La mayoría de las personas nunca se para a pensar en qué buscan obtener de y ofrecer a la vida. Estamos demasiado ocupados cumpliendo expectativas del exterior, ejerciendo trabajos que aborrecemos para comprar bienes que no necesitamos con objeto de impresionar a personas que ni siquiera nos importan. Mucha gente tiene sueños, pero muy pocos se atreven a vivirlos. En cambio, nos resignamos al statu quo, aceptando la vulgaridad, el promedio, el “no está mal”, lo “suficientemente bueno”, la resistencia a ser destacable, el no pensar por nosotros mismos, sin preguntarnos qué hacemos ni por qué lo hacemos. No nos cuestionamos nuestras asunciones, nuestros paradigmas, y de esta forma rechazamos nuestro propio crecimiento.

Sócrates dijo que la vida no examinada no merece ser vivida. Caemos en la mediocridad, en el “estilo de vida por defecto”, porque desde muy pequeños estamos condicionados por la sociedad en cuanto a cómo pensar y actuar; cómo ser, en definitiva. Los mensajes que hemos recibido desde nuestra infancia, y los que transmitimos una vez adultos, repiten la misma cantinela: “no corras riesgos, no seas diferente, sigue las reglas”. A medida que crecemos escuchamos tantas veces el mensaje que lo grabamos en nuestro “sistema operativo”. Y una vez asimilado no hacemos nada por cambiarlo. Pagamos un precio demasiado alto: dejamos de ser nosotros mismos, nos damos la espalda para fluir con la corriente y ser uno más, siguiendo los convencionalismos sociales. Preferimos la infelicidad a la incertidumbre.

La mayoría de las personas nunca se para a pensar en qué buscan obtener de y ofrecer a la vida

“Querer fijarse de antemano la vía redúcese en rigor a hacerse esclavo de la que nos señalen los demás, porque eso de ser hombre de meta y propósitos fijos no es más que ser como los demás nos imaginan”, así lo expresa Unamuno. “Explóralo todo, en todos los sentidos, sin orientación fija. No son esperanzas ajenas las que tienes que colmar. ¿Que no te entienden? No has de rebajar tu alma a sus entendederas”. Toda una declaración vital.

El discurso es tremendamente inspirador, y alcanza un punto culminante que lleva prácticamente a zarandear al lector en pos de su reacción: “Morir como Ícaro vale más que vivir sin haber intentado volar nunca. Sube sin miedo y sin temeridad. Y, entretanto, resignación activa”. “Cada cual es único e insustituible; en serlo a conciencia pon tu principal empeño”.

Vivir en el presente y desde el interior

El esfuerzo, el “salto”, ser uno mismo en conciencia, sólo puede hacerse desde el presente, viviendo al día. “No hace el plan a la vida, sino que ésta lo traza viviendo”, afirma don Miguel en una variante del célebre “caminante, no hay camino, se hace camino al andar”. Para finalizar invita a volver la mirada hacia uno mismo. “Busca tu ámbito interior, el ideal, el de tu alma. En vez de decir ‘¡adelante!’ o ‘¡arriba!’, di ‘¡adentro!'”.

Podemos reinventarnos en cualquier momento

No somos nuestro pasado. Podemos reinventarnos en cualquier momento para vivir intensamente, sin condicionamientos, una vida en plenitud. Para ello es indispensable cambiar el común “de fuera a adentro” por un enfoque “de dentro a afuera”. La búsqueda interior es un camino tan arduo y escarpado como apasionante, pues enfrenta al individuo a uno de los más oscuros miedos del hombre: el miedo a vivir sin haber vivido.