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Suena el despertador y me levanto de la cama. El sonido de la lluvia rompe el silencio de la noche. Medio sobado salgo de la habitación, todavía en pijama, y me asomo al balcón. Igual no es la del pulpo, pero cae lo suficiente como para hacerme vacilar. Embobado, mirando a la calle en medio de la oscuridad, la duda me paraliza mientras rumio volverme al sobre, y que arrecie fuera lo que se le antoje.

Ha sido un segundo, un solo instante, el que va de apagar la radio a oír el repiqueteo contra la ventana. Justo ahí, pienso, le he abierto la puerta a la excusa. Me digo que la calada es segura, y por un momento me convenzo de que el jarreo me exime por hoy, que justifica volver a acostarme… Pero en el fondo sé que no es más que eso, una excusa. Sigo deliberando pros y contras del asunto cuando decido apartar de la mente cualquier cavilación. Me armo de valor y sin pensarlo, casi en piloto automático, me pongo calzonas, camiseta, medias y tenis, y esta vez también el pantalón para amortiguar el agua que a buen seguro me envolverá en la moto.

Un rato después bajo las escaleras, abro el portón de entrada y salgo a la calle desierta. Recibiendo las primeras gotas me ciño la cazadora al cuello y, ajustándome la bolsa de deporte, echo a andar con paso firme hacia el garaje. Son cuatro de cuatro en la semana. Seguimos on fire.